I-Montevideo (1987-1991)
II-Líbrenos Dios (1995)
III-Ciudad Vieja (1995)
IV-Cantos para Cristiana (1996-1997)
Montevideo
1
Tarde que respira lluvias,
como un sueño de la costa.
2
Cielo-pecera.
Una bandada de peces rojos
casi caníbales.
3
Las luces,
las vidrieras
y un aire
tan desolado,
como de bronce.
4
Arco de piedra y farol
El padre.
El hijo.
El perro.
La escalera.
5
El mundo estalla en lluvias
peregrinas
a través de la ventana acristalada.
6
Mármol para el ausente.
Mármol y hielo
para mis viajes pobres.
7
Tan azul como la tarde,
un sueño de otros otoños.
8
Tantas veces esta calle.
Tantas veces esta vida.
9
Un ojo gris,
plomo,
cobre,
humo,
gris.
10
El cartel indicador
de las pobres tristes calles,
torcido bajo el agua sigilosa.
11
Mayo húmedo,
mayo pálido.
Voy por las calles
y es como si nadara.
12
Cosa extraña este otoño.
Poco importa.
Mayo pálido sin ti.
13
Y se fue mi mente
por los ventanales
a los bosques y caminos,
a los cielos blancos,
vagando.
14
La habitación.
La gente.
Los papeles.
15
El cielo gris y hueso.
Las voces.
El silencio.
Un triángulo de pájaros negros
cruza la ceniza
hacia los esqueletos
de los edificios lejanos.
16
Noche sin barrio,
noche sin luna,
noche sin ojos,
sangre sin suelo
y el herido en su casa de ladrillo.
17
Las lejanas columnas de piedra
y un mar negro con luceros blancos.
18
Un pasillo iluminado apenas,
con la sombra de un hombre en sus rincones.
19
Esta tarde en el puerto,
este andar tan cansado,
intentando mirar hacia el futuro,
que se va haciendo cada vez más corto,
mirando hacia donde ya no hay respuesta,
mirando más allá de lo que puedo.
20
La geografía del cielo
nebuloso de palabras,
oscurecido de pena.
Paraty
Era un sueño.
Estábamos los dos
en el invierno
de una calle empedrada.
Era límpido el aire,
era azul la mañana
y había
un carro con caballos.
New York, New York
Transcurro en sendas ajenas
y mis escaleras
nunca son de mármol.
Yo sostengo la puerta
para que pasen otros,
aquellos
que accedieron al brillo.
Katmandú
Fuera de estas ventanas,
la noche discurre
sin nosotros.
Fuera de blancos hielos
extranjeros,
una nube bosqueja las palabras.
Los cabildantes
(Arte de Marte)
Éramos el sueño
de la catedral.
La canción de la plaza
no era nuestra.
Cielos encarcelados
anhelaron colores
desde el viento y el aire,
por el ángel oculto.
Ella era como el duende
a viejos ritos monumentales.
Asesínenme por fin,
tomen mi sangre.
Quiero que desciendan
por las cuerdas las muertes,
astronautas del tiempo,
ahora que ya suenan las campanas,
ahora que de rojo me pintaron.
--
Líbrenos Dios
1
Sangra sin reloj un acto impune, el último.
Otros muertos recientes se acarician en los portales.
Eléctrica, lúcida, te veo ahora como fuiste
y un escaleno más se desintegra.
Hay quien dice que ya nos queda poco.
Un hombre, el labio lento besando la desidia.
Un hombre, las madejas inservibles
y el perdido equinoccio quemándose de facto.
2
Un poco más, lo que reste ahora.
Un poco de placer cuando haga falta.
Estragos provocados por el día
en un turbio, hipermétrope almanaque.
Estamos absolutamente locos,
de ahí este imperdonable celibato,
de ahí este juego torvo,
delirio que ya no nos estremece.
3
La arcaica oscuridad hecha pespunte.
El espacio libretándose a ojos vistas.
Un jurado implacable, como siempre,
uno más se deleita en nuestras faltas.
Y todo el mundo ahora nos lo explica,
todo el mundo comprende y está muerto.
Ya no quedarán reglas.
El ascensor perdido se derrumba.
--
Ciudad Vieja
El edificio viejo del Correo.
Una claraboya,
milagrosamente entera.
Un vapor en el mismo lugar
según pasan minutos y semanas.
Un hombre alto que escupe la calzada,
cruza en diagonal la calle,
dice "niñita".
Un cartel que aparece subrepticio,
de ultramar, con su carga de reclamos.
El sol.
Una mujer de rojo eléctrico,
el bolso color suela, el pelo corto.
Un jardín de musgo en miniatura
en el mundo de una azotea desierta.
La sombra de un pájaro aturdiéndose,
perdido en pleno barrio de escritorios.
La "O" del cartel de Correos,
omnipresente, omnisapiente, omnívora.
Las campanas de la catedral
en su ciento noventa cumpleaños.
El viento.
Cinco pisos de un edificio de ladrillos.
Las personas en sus oficinas,
jugando, mintiéndose, perdiendo.
Un auto claro mal estacionado
y nosotros, vetusta institución.
El cerro verde lejos, lejos, lejos.
Una bandera enroscada en su mástil.
La ausencia irrespirable de un hombre.
Su perfume, su espacio, las semanas vacías.
Vueltas, aires, una antena de radio.
Una ciudad, quince horas y veinte.
Estas hojas que se vuelan de pronto
y otra vez el sainete recomienza.
--
Cantos para Cristiana
I
Te pienso en tu último gesto,
el pelo sobre la cara,
las valijas, el espejo.
Océanos y muertos,
ojos que saben ver.
Hada rara,
dijiste que un día volverías
y esta tarde me enviaste tu señal
eléctrica.
(Lo que puedas dejarme
que me ayude a vivir).
¿Sería Vd. tan amable
de encenderme este cigarrillo?
No es fácil,
hoy en día,
tal y como están las cosas,
encontrar así,
casualmente,
a un caballero
como Vd.
II
En el fondo,
desde siempre,
querías estar muerta.
Tantos mudos incendios,
hasta que un día.
En el fondo
querías la lujuria,
querías el espanto,
el vértigo,
el olvido.
Que nadie supiera,
años más tarde,
si habías existido
alguna vez.
Yo no lo sé,
yo tampoco lo sé,
pero te quiero,
muerta marina,
viva.
III
El ángel negro,
el vengador
lleva tu voz,
Cristiana.
Las telas mórbidas,
el dolor,
el humo.
La caída a tu paso
de las luces.
IV
Toda tu magia,
tu segura muerte,
tus ojos rotos,
los únicos que veo.
Toda de blanco, mulher,
toda de negro,
tu beso de agua y sal,
tu voz tan grave ahora.
Ver que te vas, tan años 40.
Verte llorar,
que nadie te traduzca.
Suicida
de un limpio melodrama.
Madre eterna,
dos caras del silencio.
Llueve tanto, Cristiana,
y es tan tarde,
y no quiero escribir sobre tu muerte.
Llueve tanto, Cristiana,
y es tan tarde,
y no quiero escribir sobre tu olvido.
V
Velada teatral. Tonos ocres.
Lentes finos, discretos,
como ella.
Los ojos, hoy, café cargado.
Un hombre alto, intelectual y nuevo.
Un abrazo más,
una mano vendada.
Un rodete, elegante espiral.
Ella,
contando tantas cosas
y su futura obra
llamada Salomé.
VI
A toda hora,
tan lejos de Cristiana,
el coro, los célibes,
las lentas banderas.
Esa mujer que parece claudicar,
ese hombre
que hacía tanto tiempo.
A toda hora, ahí,
cerca del globo
y de la Virgen de los Ladrones.
--
Montevideo, 1987-1997.